Al igual que Ramón Gómez de la Serna y André Breton, Antonio Pérez descubre la curiosidad y la extrañeza en objetos antiguos que, descontextualizados, los incorpora a su entorno vital para dotarlos de un valor superior, como objetos que, con el paso del tiempo, se han llegado a convertir en tesoros, en “objetos únicos” dignos de coleccionismo.

Antonio es el vivo ejemplo de ese aparente caos coleccionista que ha rodeado toda su vida desde la infancia. Es un coleccionista de la vida, de todo aquello potencialmente posible de coleccionar: obras de arte, libros, objetos de la vida cotidiana, memorias, fotografías, correspondencia, recortes de prensa, postales, carteles, juguetes, fósiles, coleccionables de kioscos, revistas, anuarios, souvenirs, botellas, piedras, láminas de botánica, objetos publicitarios, tarjetas de visita y así una lista casi interminable, hasta acumular en ella incluso personas y personajes curiosos.

El gabinete de Antonio

Si nos adentramos en este Gabinete de curiosidades o “cuarto de maravillas” en el que hemos intentado recrear ese mundo dedicado a su figura y observamos con detenimiento, conoceremos las dos caras del trabajo de Antonio como artista: los Objetos Encontrados y los objetos de colección y disfrutaremos de una pequeña, muy pequeña, parte de su mundo interior. Un universo en el que Antonio ha coleccionado todo lo que se ha propuesto, a excepción de una cosa que aún hoy se le sigue resistiendo: las nubes.